HISTORIA DE LAS CORRIDAS DE TOROS EN EL PERU


Hay que reconocer que las corridas de toros no es una tradición heredada del antiguo Imperio de los Incas, porque éstas se remontan desde los primeros años de la llegada de los conquistadores españoles a América, y por supuesto el ganado bovino fue traído por los colonos tras su llegada al Perú, éste ganado sirvió primero para alimentación de la población hispana y luego cuando se expandió por los campos se pudo seleccionar el ganado bravo. El escritor peruano Ricardo Palma en su libro “Tradiciones Peruanas” manifiesta que la primera corrida lidiada en Lima fue en 1538 en celebridad de la derrota de los Almagristas, de lo cual no hay una fuente de datos fidedigna, y la otra en cambio es que la primera corrida se dio el lunes 29 de marzo de 1540 por la consagración de óleos, de la cual también se da cuenta en libros narrativos e históricos del clero.

Los conquistadores españoles Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque pisaron por primera vez tierra del vastísimo imperio, desembarcando efectuado en el norte del Perú a principios de 1532. Aprovechó Francisco Pizarro para sus fines de conquista, la lucha que sostenían los dos soberanos Huáscar y Atahualpa, hijos y herederos ambos del fallecido Inca Huayna Cápac. Muertos los dos reyes Incas avanzó Pizarro hacia la capital del Imperio Incaico en el Cuzco, consolidando poco después la conquista española.


Desde el primer momento surgieron desavenencias entre los capitanes españoles Pizarro, Almagro, Hernando, Juan y Gonzalo Pizarro, y Francisco de Carvajal. Duró este sombrío período de conquista hasta que poco a poco, y por unas causas u otras fueron muriendo los protagonistas del drama. En circunstancias tan adversas era normal que la fiesta española no enraizara como sucedió, ya que todo lo hicieron por el avasallamiento. Existieron muchas corridas de toros y de todo ello dio fe el escritor Inca Garcilaso de la Vega en sus crónicas de la famosa obra “Los Comentarios Reales”. Las corridas de toros debieron ser mínimas en los primeros años, pero después con el desarrollo ganadero fueron incrementándose.


La muerte del Conquistador Francisco Pizarro

Las constantes guerras entre los conquistadores concluyeron en el año del 1556, con la llegada del tercer Virrey don Andrés Hurtado de Mendoza, de quien se dice que fue un hombre prudente pero enérgico a la vez, por lo que pronto consiguió pacificar el virreinato condenando a unos, enviando a otros a España, en algunos casos embarcó en la dudosa aventura a “El Dorado” a los más ambiciosos. Era “El Dorado” el nombre que se le daba por aquellos años a una región en la Amazonía del Virreinato, la misma que cautivaba a ambiciosos que anhelaban riquezas, o aquellos revoltosos e inquietos españoles que restaban unidad a la corona española. El virrey Hurtado de Mendoza consignó estos hechos y fue fundamental para el establecimiento definitivo de las fiestas con corridas de los toros. El citado virrey escribió lo siguiente: “Los derechos que el Alguacil Mayor de esta ciudad había de llevar por la ocupación y trabajo las tendrá cuando se corran toros ..... y suplicamos ahora a Su Excelencia que de los toros que en esta ciudad corriesen en las fiestas ........ que el primer toro que se corriera de cada una de las dichas fiestas, sea y se dé al Alguacil Mayor de esta ciudad, atento a que él y sus alguaciles se ocupen mucho en el hacer y deshacer y guardar las talanqueras ......”, este texto figura en el libro “Historia Taurina del Perú” de José Emilio Calmell, publicado a mediados del siglo pasado. El Convictorio de San Carlos y la Facultad de San Fernando, actualmente esta facultad pertenece a la prestigiosa Universidad Nacional Mayor de San Marcos, obligaba en aquella época a que sus alumnos que se doctoraban (ósea obtenían la graduación profesional), tenían que costear una corrida de toros como agradecimiento a la corona española por su educación. Así se expresaba en su constitución: “Y más ha de ser obligado el que se doctorase a dar toros que se corran aquel día del grado en la plaza pública de esta ciudad”.

En la Plaza mayor de Lima el 27 de julio de 1622 se dio una corrida de toros para agasajar al nuevo virrey don Diego Fernández de Córdoba, Marqués de Guadalcázar. Y en septiembre del mismo año volvieron a correrse toros: “Se hicieron fiestas reales de toros y cañas, y se convidó al Virrey, Audiencia y Universidad para que las viesen en las casas de Cabildo, cuyas galerías estuvieron ricamente colgadas y se dio colación a todos sus concurrentes y sus mujeres. Salieron a caballo muchos caballeros ricamente vestidos a lo cortesano, con rejones en mano y llevando pajes de librea... En las ventanas, balcones, terrados y tablados de la plaza había gran concurso de gente y se jugaron veinte toros; los caballeros hicieron algunos lances y mostraron su bizarría”. En la época del mandato del Virrey Marqués de Guadalcázar se celebraban las fiestas más suntuosas que acaso se celebraron en Lima hasta entonces. Fue el motivo el regocijo por el nacimiento del príncipe Baltasar Carlos. La organización corrió a cargo de los gremios de la ciudad (confiteros, pulperos, sastres, zapateros, orfebres, herreros y comerciantes), que procuraron excederse en el rumbo y el acierto, pues a cada uno se le asignó un día de los siete que duraron las corridas. Comenzaron los confiteros y siguieron los pulperos, los sastres, los zapateros, los plateros, los herreros y los mercaderes. Por cierto, que en ellas tomó parte, y muy brillante, el tratadista taurino don Juan de Valencia que a la sazón se encontraba en el Perú, dejó bien sentado la cátedra de tauromaquia que practicaba con destreza, lo mismo que escribía en sus preceptos y ordenanzas. Su mayor éxito lo obtuvo en la última corrida, es decir, la de los mercaderes, en la que se hartó de hacer buenas suertes con los toros.

Será el nombre de Juan de Valencia quien seguramente inicie la historia taurina del Perú, porque debemos considerarle como el primer torero famoso que viajó del Perú a España, pues en las fiestas taurinas de la Corte éste diestro acreditó su competencia, siendo de los más famosos rejoneadores entre los nacidos entonces. Juan de Valencia había nacido en Lima en 1605 y pertenecía a una ilustre familia zamorana que presumía de linaje real, como descendientes del famoso infante don Juan Manuel. Razón por la que le llamarón “Juan de Valencia el del infante”. Nació el año de 1605, mismo año en el que nació Felipe IV quien fue autor de las “Reglas para torear y para poderlo errar”, pues don Juan como tantos autores de reglas de torear, unía la preceptiva a la práctica del rejoneo, toreó en la ‘Puerta del Sol’ en Madrid el miércoles 2 de octubre de 1641 con motivo de la Traslación de la imagen de Nuestra Señora del Buen Suceso. Escribió en su obra firmada en Madrid el 26 de octubre de 1639, habitar en la Villa y Corte a partir de los catorce años de edad.

Es imposible hablar de cuantas fiestas de toros se verificaron en la ciudad de Lima durante el virreinato. Sólo nos referiremos a las más importantes o a las que, desde el punto de vista taurómaco, hayan tenido alguna significación.
Durante los años 1659 y 1660 se realizaron diez “Corridas Reales”, que fueron corridas de toros por el nacimiento del príncipe Felipe, hijo del Rey Felipe IV. Como en España esas fiestas resultaban animadas y variadas, el virrey Conde de Alba de Liste, jugaba cañas; interviniendo caballeros rejoneadores; hubieron alcancías, fuegos, luminarias, pilas de vino, toros con artificio de fuego por la noche; lucha de moros y cristianos; lanzadas, volatín en una maroma; moharras, toro ensillado, máscara ridícula y figuras alusivas a diversos temas. En la última corrida con motivo del alumbramiento real, se echó un toro para los indios, montaron éstos en la plaza un castillo, al que rindieron tras un simulacro de lucha, y por último salieron dos indios a garrochar a los toros.

Felipe IV - Rey de Espeaña

En años posteriores se verificaron corridas de toros: el 15 de noviembre de 1667, con ocasión de la llegada del Virrey Conde de Lemos, al puerto del Callao, celebrándose una corrida en esta ciudad porteña el 24 de julio de 1668. Después otra en Lima por el nacimiento de un hijo de éste Virrey en la que se corrieron toros ensogados. El mismo virrey Conde de Lemos escribió la relación a las fiestas celebradas en la llamada Ciudad de los Reyes, que con ocasión de haber sido beatificada Rosa de Lima, ésta fue una de las siete corridas de toros que se dieron por aquellos años.

No todos los virreyes fueron amantes de las corridas. Tal fue el caso del Conde de Chinchón que en determinado momento trató de impedir la celebración de las corridas de toros, lo que dio lugar a que durante el virreinato del Marqués de Mancera, Su Majestad el Rey Felipe IV dictara una Real Cédula a favor de la celebración de las corridas de toros.

Por varios años las fiestas de toros se verificaron en la Plaza Mayor de Lima, cerrándose con talanqueras, tablados y barreras, en todo el contorno interior de dicha plaza, con lo que quedaban tapadas las ocho calles que de ella partían. Durante el gobierno del cuarto Virrey (1561-1564), don Diego López de Zúñiga, Conde de Nieva, se construyeron los arcos de esta plaza y se determinó que fueran anualmente cuatro las principales fiestas de toros, autorizando un gasto en colación de ciento cincuenta pesos para cada una de ellas. Habían de darse las corridas en: Pascua de Reyes, San Juan, Apóstol Santiago y Nuestra Señora de la Ascensión. Además, solían celebrarse corridas a la llegada de nuevo virrey, juramentación u conmemoración de monarcas, canonizaciones y con otros pretextos. Para las corridas de menos importancia o menos suntuosas, se habilitaban plazas o plazuelas que no eran la Mayor (o llamada la de Armas), entre las que figuraban: plazoleta de Santa Ana, plaza de la Inquisición, plazoleta del Cercado, plazuela de Cocharcas, plazoleta de Santo Domingo, etc.

Plazuela de Santa Ana, en Lima

Las fiestas de toros no entusiasmaban solamente en el Perú a los españoles, si no que al parecer, también los esclavos negros e indios dominados, gustaban de esta corridas, inicialmente como pasivos espectadores, y luego también como activos toreadores. En un concilio provincial, los prelados pidieron “que no se corran toros entre indios, ni por semejante ocasión les hagan poner las talanqueras sin pagarles, y haciéndoles perder la misa en día de fiesta ...”, según se describe en uno de los libros del cabildo de esa época que se guarda celosamente en la biblioteca de la Municipalidad de Lima.

En todo el siglo XVII son numerosísimas las fiestas de toros, pues la pasión no había disminuido, abundando mucho más los datos históricos. Fue en 1602 los dominicos organizan en la plazoleta de Santo Domingo una suntuosa corrida como término de los festejos con motivo de la canonización de San Raimundo de Peñafort. En ella tomaron parte muchos caballeros de la aristocracia limeña. El 8 de enero de 1670 hubo corrida de toros y cañas en Lima. El 27 del mismo mes cuatro caballeros clavaron rejones: don Luis de Sandoval dio un rejonazo, sacando malherido el caballo; don Manuel de Andrade puso dos rejones, despedazando al toro; don Diego Manrique atravesó el cuello del toro con un rejón, y don Cristóbal de Llanos mató tres astados, por lo que fue vitoreados.

El 13 de febrero de 1672 se corren toros ensogados; el 11 y 13 de agosto de 1674 se celebraron corridas en el puerto del Callao a la llegada del Virrey don Baltasar de la Cueva; el 6 de noviembre del mismo año, en celebración del cumpleaños de Carlos II, se organiza una corrida de toros en la Plaza Mayor de Lima. En 1682 el Virrey Duque de la Palata prohíbe “llevar toros a las cercas y plazuelas de los conventos de religiosas para correrlos”. El día 8 de diciembre de 1963 don Melchor Portocarrero, Conde de la Monclova y vigésimo tercer virrey del Perú, organiza una gran corrida en la Plaza Mayor de Lima para celebrar la reedificación del Cabildo, del Palacio y de los Portales de dicha Plaza Mayor, destruidos por el terremoto de 1687.

Virrey Melchor Portocarrero Lasso, Conde de la Monclova

Ya con la llega del nuevo siglo la fiesta de toros en el Perú comenzó a tener un aspecto más formal, evolucionando hacia el predominio del torero de a pie, pues actuaron con mayor regularidad toreros profesionales, se dio comienzo a la edición de listines de los toros que saldrán en cada corrida, y los capeadores de a caballo, un modo de torear peculiar de éste lado del Reino de España, trabajaron en casi todas las funciones, sin olvidar a los rejoneadores profesionales que también figuran.

En octubre de 1701 se verificaron en Lima fastuosas fiestas de toros para celebrar la proclamación de Felipe V, en la primera de ellas aparece el primer listín o lista de los toros, antecedente del cartel, en el que se consignan los nombres de los astados, las pintas de éstos y las ganaderías de las cuales procedían, como ejemplo: “El Gallardete, overo, de Huando; El Invencible, retinto, de Bujama; y otros...”. Por el nacimiento del Príncipe de Asturias Luis Felipe, después Luis I, hubo en Lima Fiestas Reales con corridas de toros. Con motivo de sus bodas también se celebraron varias corridas: “la primera el 12 de abril, la segunda el 13, la tercera el 17 de abril, la cuarta el 19 de abril, la quinta el 21 de abril, de igual mes del año de gracia de 1723”. Y aún cuando en la relación titulada “Júbilos de Lima”, de Peralta y Barnuevo, las crónicas de ese entonces no aclaran demasiado, pareciera ser que hubieron más corridas de toros de esas cinco a las que se ha aludido. Y al año siguiente, también se corrieron toros por haber jurado don Luis como heredero de la Corona de España. Por aquellos años se festejaron con corridas dos canonizaciones: la de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo el 10 de diciembre de 1726 y la de San Francisco Solano el 27 de diciembre de 1726.

El 29 de julio de 1737 se jugaron veintidós toros en el pueblo de Surco (actualmente distrito de Lima Metropolitana). Al concluir el primer tercio del siglo XVIII eran abundantes los toreros que ejercían en el Perú esta profesión, actuando principalmente en corridas ordinarias y hasta en los pueblos más pequeños, aún cuando en las listas de toros, donde ya figuraban por esa época las divisas de las ganaderías, no aparecen, sin embargo los nombres de aquellos lidiadores empiezan a parecer en los listines taurinos. En el año de 1756 se levantó en Lima la primera plaza de toros, pero su construcción fue de madera, los productos de las corridas en ella verificadas estaban destinados a la reconstrucción del Hospital de San Lázaro destruido por el terremoto de 1746, plaza que había de ser también la primera en América hecha ex profesamente.

En la Plaza Mayor de Lima, y en 1760, se celebra una real fiesta de toros para festejar la elevación al trono de Carlos III. Dos años después en igual escenario, se organizan cuatro corridas como agasajo al nuevo Virrey don Manuel de Amat y Juniet quien fuera amante de la famosa Micaela Villegas “Miquita” ó más conocida como “La Perricholi”, de quien del virrey se enamoró perdidamente.

Virrey Manuel Amat y Juniet

Durante el mandato de este virrey se construyó la plaza firme de Lima, estrenada aún sin concluir el 30 de enero de 1766. No por ello dejaron de jugarse toros en la Plaza Mayor, especialmente cuando se trataba de fiestas reales, y en diversas plazuelas, hasta en el teatro. Los limeños se sentaban en la plaza a las diez de la mañana para presenciar el encierro y no se levantaban hasta verlos lidiados, por la tarde, los veinte toros de que solía constar las corridas de aquella época, como en Sevilla, Valencia, Madrid o en cualquier ciudad española. En la temporada de 1780 ya figuraban en la Plaza de Toros de Lima o “Plaza de Acho” los nombres de los lidiadores siguientes:

Matadores: Manuel Romero, El Jerezano, y Antonio López, de Medina Sidonia.
Picadores y Rejoneadores: José Padilla, Faustino Estacio, José Ramón y Prudencio Rosales.
Capeadores de a caballo: José Lagos, Toribio Mújica, Alejo Pacheco y Bernardino Landaburu.

Tres suertes al menos eran privativas del toreo peruano del siglo XVIII, éstas eran: la suerte del puñal, la monta de toros al pelo y/o ensillados; y el capeo desde el caballo.

Por la exaltación al trono de Carlos IV se celebraron corridas de toros en la Plaza Mayor de Lima, como capital del Virreinato del Perú, y durante el año de 1790, varias corridas reales. En ellas intervinieron rejoneadores profesionales, capeadores, doce toreros de a pie (cuyos nombres no se consignan en el listín), dos desjarretadores. Las últimas corridas del siglo XVIII fueron: cinco fiestas reales en 1791 para agasajar al Virrey Fray Francisco Gil de Taboada, en la Plaza Mayor de Lima, con rejoneadores, capeadores y doce toreadores divididos en dos cuadrillas: una de las cuadrillas fue la de Miguel Utrilla y la otra la del peruano José Pizi. Las temporadas de 1792 a 1795 se desarrollaron normalmente en la Plaza de Acho. Al siguiente año de 1796 hubo cinco corridas reales en la Plaza Mayor de Lima para recibir al nuevo Virrey Marqués de Osorno, en las que intervinieron capeadores de a caballo, rejoneadores y matadores, banderilleros y picadores europeos, y doce toreadores del país, cuyos nombres no figuran en el cartel.

Virrey Marqués de Osorno, Ambrosio O'Higgins

Tres corridas extraordinarias más fueron las que presenciaron los limeños en su Plaza Mayor (o también llamada Plaza de Armas) el año de 1797, organizadas para reunir recursos con que terminar las torres de la catedral. Ese mismo año la temporada continuó normalmente en la Plaza de Acho, donde desde algunos años atrás se acostumbraba echar un toro para ser lidiado por aficionados bisoños, algunos de los cuales se harían toreros profesionales.

El siglo XIX comenzó en la Plaza de Acho con la consabida temporada de diciembre a enero (1800 - 1801). Figuraron como toreros cuatro capeadores de a caballo, dos rejoneadores, dos banderilleros europeos, tres matadores con espada, cinco matadores con puñal y banderilleros, dos capeadores de a pie y dos desjarretadores, innominados. Siguen figurando en los programas la lanzada, parlampanes (individuos mojigangeros), perros; además el nombre, procedencia, pinta y divisa de los toros, más un astado para muchachos noveles. Las sucesivas temporadas en la Plaza de Acho se desarrollaron normalmente a lo largo de diciembre de 1806 y organizadas por el ayuntamiento limeño, efectuándose cinco corridas de toros en la Plaza Mayor de Lima para festejar el recibimiento del Virrey don José Fernando de Abascal. Cuatro corridas más, todas ellas extraordinarias, se verificaron en enero de 1807, y dos corridas extraordinarias también, los días 3 y 9 de febrero siendo estas las últimas que se efectuarían en la Plaza Mayor de Lima. En adelante se celebraron únicamente en la plaza firme de Lima (Plaza de Acho), por cierto con muy buenos rendimientos para sufragar a las necesidades económicas que las luchas por la emancipación exigían.

Proclamada la Independencia del Perú el 28 de julio de 1821 continuaron las corridas, aunque con toreros del país y algunos toreros mexicanos, haciéndose una sola excepción con el diestro gaditano Vicente Tirado, que durante el virreinato ya contaba con muchas simpatías, y que siguió actuando hasta 1836 en que fallece. Con la Independencia del Perú no quedó torero español alguno en el país, excepto Vicente Tirado. Como consecuencia de tal acontecimiento, las suertes de pica y banderillas desaparecieron temporalmente, quedando para quebrantar a los toros el capeo a caballo, tradicional modo del toreo nacional, ejecutándose la llamada “Suerte Nacional”.

Vista de la Plaza de Acho, Lima 1861

El 7 de enero de 1849 se presentó en Lima la primera cuadrilla de toreros españoles. Con esta cuadrilla resucitó en el Perú las suertes de pica y banderillas. Y a partir de ese año ya se hace más frecuente la visita de toreros hispanos. El primer matador de cierto relieve que pisa el albero de la Plaza de Toros de Acho es Gaspar Díaz “Lavi”, diestro español. Se presentó el 16 de noviembre de 1851. Y en 1856 se estrenó en Lima José Lara “Chicorro” quien actúo hasta el año de 1885. Como matador efectúo su presentación en Lima en 1859, el nacional Ángel Valdez “El Maestro”. Este valeroso diestro ejercía la profesión con el aplauso y la admiración de todos hasta el 19 de septiembre de 1909.

En 1869 se presentaron en Lima los diestros españoles Vicente García “Villaverde” y Francisco Sánchez “Frascuelo”; en 1870, Manuel Hermosilla y Francisco Díaz “Paco de Oro”. Ese mismo año se hizo empresario de la Plaza de Acho el acaudalado limeño don Manuel Miranda. Llevando a cabo en ella una profunda reforma. Mientras las obras se efectuaban, viajó a España para contratar toreros y adquirir toros. En efecto compró seis toros y doce vacas de Veragua, seis astados de Miura, seis de Colmenar, doce de Mazpule y seis de Navarra. Como tenía el propósito de fundar una ganadería brava, adquiere la finca de Cieneguilla, en el valle de Pachacámac. Traslada a ella un semental y más de cien vacas compradas a la acreditada ganadería del país “Rinconada de Mala” y otras hembras de diferentes ganaderos peruanos. Este ganado desapareció años después en la guerra sostenida entre Perú y Chile.


Coronel Francisco Bolognesi en la Batalla de Arica, Guerra del Pacífico

En el transcurso del siglo XIX las corridas sufrían una seria transformación hasta ejecutarse totalmente como en España, pues desaparecen los “capeadores de a caballo”, imponiéndose los picadores. Decir que casi todos los toreros españoles han toreado en Lima parece una exageración; sin embargo, no lo es. Desde 1871 han toreado en la Plaza de Acho entre otros famoso: Julián Casas “El Salamanquino”, Gonzalo Mora, Cúchares de Córdoba, Gerardo Caballero, Ángel Fernández “Valdemoro”, José Ponce, Ángel Pastor, Cacheta, Rebujina, José Machío, Cayetano Leal “Pepe-Hillo”; en 1891 torearon “Cuatro Dedos”, que gusta muchísimo por la maestría con que ejecuta las suertes. Al año siguiente regresó “Cuatro Dedos” al Perú llevando consigo cuatro sementales de Miura, dos de los cuales consiguió vender a los ganaderos don Vasco Fernández y a don Federico Calmet. Hasta la conclusión del siglo pisan todavía el ruedo de la Plaza de Acho algunos banderilleros y espadas españoles. Entre estos últimos: Manuel Nieto “Gorete”, José Villegas “Potoco”, José Pascual “Valenciano”, Juan Antonio Cervera, Francisco González “Faíco” y Antonio Escobar “El Boto”.

En 1901 se presentaron en Lima los diestros Francisco Bonal “Bonarillo” y “Capita”, ese mismo año llega nuevamente de España el picador “Faíco” con cuatro sementales españoles, que adquieren ganaderos peruanos. El 22 de febrero de 1902 torea Ángel Valdez “El Maestro” su penúltima corrida, pues por enfermedad no vuelve a lidiar hasta 1909, en que se retira. En la cuadrilla de Manuel Molina “Algabeño Chico” hizo su presentación en Lima un 13 de abril de 1902 el famoso piquero madrileño Manuel Martínez “Agujetas”, a quien se debe definitivamente la implantación en el Perú de la suerte de varas. Más presentaciones como las de Antonio Olmedo “Valentín” y Ángel García “Padilla”. En el año de 1903 se presentó Juan Sal “Saleri”, en 1904 “Guerrerito”, en 1905 Vicente Pastor, en 1906 “Lagartijillo”, José Machío Trigo, “Lagartijillo Chico”, en 1907 “Cocherito de Bilbao”, y en 1909 “Platerito”. Es necesario destacar que el domingo 19 de septiembre de 1909 se despidió en Lima, el matador peruano Ángel Valdez “El Maestro” matando de una magnífica estocada un toro de seis años que no había sido picado. Contaba a la sazón setenta años de edad, no andaba muy bien de salud y cumplía cincuenta años como lidiador. Falleció el 24 de diciembre de 1911.

El matador peruano Ángel Valdéz "El Maestro" (al medio y sentado)

Los diestros que por sus actuaciones destacaron en los años siguientes fueron: Agustín García “Malla”, Rodolfo Gaona, José Ignacio Sánchez, José Gárate “Limeño”, José Gómez Ortega “Gallito” o “Joselito” y Juan Belmonte. En 1918 se jugaron por primera vez toros del cruce español de Veragua con vacas de “El Olivar”, de propiedad de don Manuel Celso Vásquez. En la temporada de 1919 –1920 toreó el diestro José Gómez Ortega “Joselito” ó “Gallito” en varias tardes. También actúo en Acho “Chicuelo” en la temporada de 1921 – 1922. Sin embargo fue Rafael Gómez “El Gallo” quien obtuvo grandeséxitos de clamor. Marcial Lalanda (1927 – 1928) demostró cuanto valía; Antonio Cañero quedó muy bien a caballo y a pie (1929 – 1930); el venezolano Julio Mendoza toreó entre grandes aplausos en el año de 1934, el rondeño El Niño de la Palma también gustó allá por la temporada de 1934 – 1935.

En el año de 1944 un grupo de aficionados limeños entre los que destacan Fernando Graña Elizalde, Alejandro Graña Garland, José Antonio Roca Rey deciden tomar en arriendo la Plaza de Acho a través de la Sociedad Explotadora de Acho por 20 años, con la condición puntual de remodelar la Plaza de Toros de Lima (Plaza de Acho) aumentando su capacidad de seis mil setecientos a trece mil trescientos. Se hicieron excavaciones para ahondar el ruedo y elevar la plaza con la finalidad de dotarla de mayor capacidad. Fue en el año de 1946 que gracias a la campaña periodística del crítico taurino del diario “El Comercio” de nombre Fausto Gastañeta “Que se vaya” y también la gestión continuada de su sucesor, el también crítico taurino Manuel Solari Swayne “Zeñó Manué”, se crea la importante Feria del Señor de los Milagros, que hasta la fecha existe, y que desde entonces han pasado por Lima, las principales figuras de la coletería mundial, así como también las más prestigiosas ganaderías del planeta taurino. Dando por descontado el éxito de los torero peruanos y del ganado nacional.

INICIO DE LAS CORRIDAS DE TOROS EN EL PERÚ

Cuando Llegaron a las nuevas tierras los conquistadores españoles, trajeron junto a su idioma y su religión los usos y costumbres, y en medio de ellas, las llamadas “corridas de toros”. Es así como estas corridas de toros comenzaron a celebrarse en todo el territorio del Virreinato Perú, a los pocos años de haberse instalado los primeros conquistadores.



Mapa del Virreinato del Perú

Los conquistadores españoles con Francisco Pizarro a la cabeza del grupo, fundó la ciudad de Lima el 18 de enero de 1535, la que fue desde entonces, capital importante en el virreinato que tuvo la corona española en tierras de América. Siendo la ciudad de Lima, la capital preferida por los españoles, es natural que fuera en el Perú en donde primero se celebraron corridas de toros, y donde arraigo tomaron, pues por aquel entonces los españoles no celebraban ningún fausto acontecimiento sin que “se corrieran” toros. Por otra parte, los naturales y los mestizos acogieron con creciente entusiasmo esta magnífica fiesta de vistosidad sin igual, y la afición fue creciendo rápidamente, y de Lima se extendió a todo el territorio del Perú, y aún más lejos llegando a otras audiencias de esa época.

Al instalarse en Lima los conquistadores procedieron a traer de la Madre Patria, todo cuanto pudiera hacerles falta, se trasladó naturalmente el ganado vacuno, desconocido en América, así como el ganado caballar. Abundaba en España por aquellos tiempos el ganado bravo (recién en proceso de selección), entre él que se importó, llegaron seguramente algunas reses de esta característica, con la que se inició en los alrededores de la ciudad de Lima la cría de ganado bravo, en sus comienzos los propietarios criaban el ganado vacuno para el consumo, pero al verificar que tenían algunas reses bravas y habiendo ido creciendo la afición a las corridas de toros, fueron poniendo más esmero en seleccionar el ganado que habían de destinar a las corridas de toros.



Plaza Mayor de la ciudad de Lima en la época del Virreinato

Según don Ricardo Palma cuenta en su libro “Tradiciones Peruanas” que la primera vez que “se corrieron toros en el Virreinato del Perú en la Plaza Mayor de Lima” el 29 de marzo de 1540, fecha en que se jugaron tres toretes de las llamadas “lejanas tierras de Maranga” (actualmente es una Urbanización dentro de Lima Metropolitana), y según la descripción narrativa se dice que en ésta fiesta actuó como lanceador (una especie de rejoneador que mataba al toro con una lanza) el conquistador don Francisco Pizarro, aunque hay quienes afirman que quien actuó esa tarde fue su hermano Hernando Pizarro, hombre robusto y más joven que gozaba de ser un eximio caballista del virreinato.

En los primeros años, debido en primer lugar a la falta de ganado, puesto que se estaba iniciando la cría de vacunos para el consumo de la población y luego debido también a las luchas entre los propios conquistadores (Pizarrista y Almagristas), parece ser que no se celebraron corridas entre 1544 y 1554, pero si se registra que en 1556 el marqués de Cañete, tercer Virrey del Perú dicta disposiciones sobre la celebración de estas fiestas taurinas, las cuales tenían lugar en la Plaza Mayor, como la celebración de determinadas festividades religiosas, celebración a la llegada de los virreyes, el matrimonio de los Reyes de España, el alumbramiento de algún heredero del trono, u otras ligadas al ámbito social de esa época. El Cabildo destinó oficialmente 4 días de cada año para las corridas de toros, y desde 1559 estos festejos se verificaron en las siguientes fechas: Día de la Epifanía o Pascua de Reyes, el Día de San Juan, el Día del Apóstol Santiago y finalmente el Día de la Asunción.

Las corridas de toros en Lima tuvieron que sufrir una variación en su ejecución por un pedido del clero, no pudiéndose celebran en domingo ni en día de fiesta religiosa, verificándose por lo regular los lunes, los días posteriores o anteriores al día festivo, pues era tanta la afición que había por las corridas de toros, que muchas personas, a pesar de ser muy religiosas, faltaban a la misa, por asistir a las corridas, ya que en aquel tiempo se llevaban a cabo por las mañanas el encierro del ganado (los toros eran trasladados del campo hacia unos corrales instalados detrás de la casa del Virrey muy cerca de la Plaza Mayor de Lima), y se corrían cinco o seis toros, luego en la tarde eran 19 ó 20 los toros que se jugaban.

Para estas fiestas se construían palcos y tabladillos en todo el contorno de la Plaza Mayor de Lima, aprovechando los arcos de los portales y las gradas de la Catedral y los organizadores hacían derroche de fastuosidad. Estos organizadores eran: El Cabildo en primer término, y luego Los Gremios de zapateros, plateros, curtidores, carpinteros, etc. (organismos instituidos para participar y tener representación en el cabildo), y también Los Estudiantes alumnos del Convictorio de San Carlos (Universidad Nacional Mayor de San Marcos), pues existía la costumbre de quien recibía el grado de doctor en la Universidad tenía que ofrecer una corrida de toros a la comunidad limeña como un agradecimiento por su enseñanza.



Puente de Piedra, a la espalda del Palacio de Gobierno, edificado en el Siglo XIX

En las corridas de toros que se celebran en tiempos del virreinato no se anunciaba el nombre de los toreros y si el número de ellos, tanto de rejoneadores, como de picadores y de toreros de a pie, entre los que figuraban los llamados “Parlampanes” (especie de payasos que entretenían al público con sus gestos y piruetas, no eran toreros bufos propiamente dicho). En cambio se anunciaba el nombre, color y procedencia de cada uno de los toros que debían lidiarse, tanto en la mañana como en la tarde.

No existía desde luego ganaderías de reses bravas propiamente dichas en el siglo XVI, pero eran muchas las haciendas que tenían ganado bravo, y de ellas se surtían los organizadores de las corridas. Sus propietarios rivalizaban en presentar lo mejor y fueron así tomando interés en seleccionar su ganado y se formaron así las primeras ganaderías, aunque en forma rudimentaria, y que sólo después de proclamada la Independencia del Perú, es cuando se puede decir que hubo verdaderas ganaderías de reses bravas.

Durante todo el tiempo que duró la dominación española, en las corridas de toros se daba mayor importancia a los rejoneadores, y en algunas celebraciones o fiestas de las llamadas “Reales” se presentaban como rejoneadores algunos de los más distinguidos caballeros de la nobleza.

En las Corridas Reales existían también “Corredores de Llave”, que fueron los que dieron origen a los actuales Alguacillos, quienes salen antes de que las cuadrillas hagan el paseo, para simular que solicitan y reciben las llaves para abrir plaza. En ocasiones con motivo de las Corridas Reales en el Virreinato del Perú, había la costumbre de entregarle al “Corredor de Llave” una de oro macizo, la cual era obsequiada al Virrey, quien presidía estas fiestas y muchas veces tomaba parte en el despeje y aún más “Rompía Cañas” (hacer el primer brindis con otros nobles).

La ciudad de Lima se construyó en la margen izquierda del río Rímac, de donde según parece, se derivó su nombre actual, pues fue fundada con el nombre de Ciudad de los Reyes, pero posteriormente el nombre del río influyó en que se le conociera más con el nombre de Lima, que provino de la deformación de la palabra Rímac. Lima creció rápidamente construyéndose gran número de iglesias y conventos, y casi siempre delante de cada Iglesia se dejaba un espacio destinado a una plazoleta, y en muchas de estas plazuelas, se verificaban también corridas de toros menores, organizadas casi siempre por los mismo religiosos, para festejar conmemoraciones de la Iglesia, llegando a hacerse tan frecuentes estas fiestas que en 1682 el Virrey, Duque de la Palata, expidió un decreto prohibiendo que en las plazuelas existentes ante los conventos de religiosas se celebraran corridas de toros.

Virrey Melchor Navarra y Rocafull, Duque de la Palata

No sólo en la capital se celebraban en aquellos tiempos corridas de toros, pues en muchas otras ciudades y pueblos del Perú, hasta en haciendas en donde había ganado bravo se celebraban las fiestas con dicho espectáculo, y tanto incremento tomó la afición que los gobernantes se vieron obligados a dictar decretos especiales reglamentando las corridas y hasta prohibiéndolas en algunos casos, pues como entonces existía la esclavitud y los infelices esclavos sólo representaban para sus dueños una determinada suma de dinero, según parece muchos patrones obligaban a sus esclavos a que se adiestraran en el arte de lidiar reses bravas.

Años después de la fundación de Lima, empezó a poblarse también la margen derecha del río Rímac, en la parte que queda frente al centro de dicha ciudad, ósea frente a la Plaza Mayor y Palacio de Gobierno, y engrandeciendo un poco el curso del río quedaron unos terrenos sin edificar, los cuales se conocían verbalmente por ‘El Acho’, nombre que posteriormente ha suscitado algunas discrepancias, pues mientras algunos escritores imputan dicha denominación a que ese era el nombre del propietario del terreno, otros opinan, al parecer con fundada razón, que el nombre proviene de la configuración del terreno, que se encuentra casi en la falda del cerro San Cristóbal, y la palabra quechua ‘Haacho’ simbolizaba la denominación: “terreno ligeramente elevado, cercano a la costa y desde el cual se divisa el mar”, lo que resulta aparentemente exacto, en cambio no hay noticias de que esos terrenos hayan pertenecido a ningún señor de apellido Acho o siquiera algo parecido.

Es en esos terrenos en donde el Virrey, Conde de Superunda, autoriza a don Pedro José Bravo de Lagunas, accediendo a solicitud de éste (distinguido aficionado y hombre notable de la localidad) construir una plaza firme de madera, en donde se puedan correr toros, debiendo destinarse el producto de las corridas que allí se celebran a reconstruir el Hospital de San Lázaro, destruido por el terremoto de 1746.


Virrey José Antonio Manso de Velasco y Sánchez, Conde de Superunda

La citada plaza firme, es la primera que se construye en el Perú y por ende en América, la que quedó terminada en 1756 y se celebraron en ella dos temporadas. Es de suponer que ésta plaza, una vez concluidos los fines para la cual fue construida, fue desarmada, ya que en 1762 solicita don Miguel de Adriansen autorización para levantar una Plaza de Toros firme en los terrenos del Acho, siéndole concedida dicha autorización por el Virrey don Manuel de Amat y Juniet, con la condición expresa de que debe de abonar 1,500 pesos anualmente al ya citado Hospital de San Lázaro y que debe asimismo entregar determinada cantidad para cubrir el saldo que ha quedado pendiente de la instalación de una pila en la Plaza Mayor.

La nueva plaza firme se inauguró el 27 de enero de 1763, pero no hay noticias en el tiempo que continuó funcionando, aunque sí se sabe que las Corridas Reales siguieron realizándose en la Plaza Mayor.

En el año 1765, el acaudalado vecino de la ciudad de Cañete, don Agustín Hipólito de Landaburu se decidió a construir una verdadera plaza de toros.

El contratista de la plaza se dedicó a explotar el negocio de organizar corridas con bastante acierto, pues obtenía muy buenas utilidades de cada temporada. A pesar de existir ya una plaza de toros en regla, el Cabildo siguió organizando las Corridas Reales en la Plaza Mayor de Lima y se da el caso de que la Plaza de Acho no abrió sus puertas en todo un año por haberse realizado Corridas Reales en la citada Plaza Mayor, como fueron los casos de algunas de las corridas de toros que volvieron a celebrar en la Plaza Mayor de Lima, un hecho ocurrió el año de 1773 con motivo de haber recibido el Virrey don Manuel Amat y Juniet, la Gran Cruz de la Orden de San Genaro, otro caso es en el año de 1812 por la creación del Regimiento de la Concordia y por el nombramiento de don José Baquiano y Carrillo, Conde de Vista Florida, como Consejero de la Corona, y por último en el año de 1816 en la Plaza Mayor de Lima se celebró la última corrida de toros con motivo de la llegada del Virrey don Joaquín de la Pezuela.

Virrey Joaquín de la Pezuela Griñán y Sánchez Muñoz de Velasco, Marqués de Viluma

Hasta principios del siglo XIX sólo se consignaban en los anuncios de los carteles, los nombres de algunos de los lidiadores, entre ellos figuran ya los “Capeadores a Caballo” (rejoneadores que ejecutan la llamada ‘Suerte Nacional’ a diferencia del típico arte del rejoneo), no se tiene noticia cierta de quien inventó esta suerte que luego se ha denominado “Suerte Nacional”, y que consiste, como se indica, en capear desde un caballo al toro, para lo cual se usa un capote de brega, muy parecido al que usan los matadores, solamente que un poco más liviano. Uno de los primeros capeadores a caballo, fue Casimiro Cajapaico a fines del siglo XVIII. A partir del 1,800 se empiezan a consignar los nombres de todos los lidiadores y el cargo de deben desempeñar en la cuadrilla, dándose inclusive los nombres de los toreros peruanos, pues antes sólo se mencionaba el de los españoles y mejicanos. Poco a poco las corridas van formalizándose y desaparecen los ‘Parlapanes’, los ‘Desjaretadores’, los ‘lanceadores’, los ‘mojarreos’, etc.

La lucha por la Independencia del Perú no amengua el desarrollo de la fiesta brava, pero al producirse ésta efeméride nacional, se empiezan a excluir a los lidiadores españoles y sólo actúan los peruanos. Se suprimen los picadores, pero quedan los capeadores a caballo.

Proclamación de la Independencia del Perú, por el General José de San Martín

Este estado de cosas dura hasta 1848, en que se constituyen empresarios don José María Urresti y don José de Asín, éste último algunos años antes había fundado la ganadería llamada “Rinconada de Mala” (primera ganadería de reses bravas que empieza con la selección de bravos en el Perú), que llegó a ser famosa divisa, y que a mediados del siglo XX sus nietos liquidaron la dehesa. Esta empresa contrató a la primera cuadrilla española después de la Independencia Peruana, en dicha cuadrilla figuraban los matadores; Carlos Rodríguez y Antonio Romero “Parillado”. En esta temporada se reduce nuevamente el número de toros y sólo se lidian diez por tarde.

El 2 de agosto de 1859 hace su primera presentación como matador el torero negro Ángel Valdez quien llega a tener una popularidad enorme con el remoquete de “El Maestro”, y que durante muchos años acaparó la popularidad y los aplausos del público limeño, su fama no sólo se circunscribió en territorio peruano, si no que también conquistó éxitos en el viejo continente, pues no sólo actuó en todas las plazas del Perú, sino que también hizo viajes al extranjero, inclusive a España, en donde sólo hay noticias de que toreó una corrida en Madrid, alternando con Vicente García “Villaverde” y sin que hubiera cesión de trastos, por lo que se supone que Ángel Valdez “El Maestro” hizo valer su categoría de matador de toros.